Cuando era pequeña, vivía con mi familia en un piso con un largo pasillo. La cocina estaba en un extremo. Por las noches, con la familia dispersa, mi madre gritaba un potente… ¡A cenaaaarrrrrrr!
Después de mudarnos, la vecina del rellano nos confesó que echaba de menos la voz de mi madre llamándonos a la mesa. Le hacía sentirse extrañamente acompañada.
Teníamos una buena relación con ella. Esa clase de relación que te permite llamar a su puerta para pedir algo que necesitas.
Mis alumnos suelen reírse cuando les cuento que dentro de cada persona convive una gran comunidad de vecinos.
El caso es que su relación no es tan buena.
Somos más bien como la casa de “Aquí no hay quien viva”, llenos de polaridades y contradicciones, con vecinos que se envidian, se temen e incluso se odian.
Y si no, dime: ¿Alguna vez has pensado una cosa y has hecho justo lo contrario? Ahí tienes dos partes de ti enfrentadas y una ha ganado la partida sin que te enteraras.
¿En alguna ocasión has dudado mucho entre dos o más opciones y te has sentido incapaz de tomar una decisión? Ahí tienes una reunión de tu comunidad de vecinos malavenidos e incapaces de llegar a un acuerdo porque cada uno tiene sus intereses.
¿A veces te sientes mal y te enfadas por sentirte mal y eso hace que te sientas peor? En ese caso, tienes a dos de tus vecinos cabreados de verdad.
Si quieres aprender a negociar con tu comunidad de vecinos, te ofrezco Sesiones de coaching.
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Un abrazo y Feliz Navidad. Que tú y tu comunidad de vecinos tengáis la fiesta en paz.