Hace años tuve un accidente de tráfico.
Todo pasó muy rápido, pero qué lentos se me hicieron esos segundos. Me dio tiempo a pensar: “Estoy teniendo un accidente. No me lo puedo creer. No puede ser. Es verdad. Sí. ¿Cómo puede ser? Estoy teniendo un accidente. Sí. Está pasando. ¿Cuándo va a acabar? ¿Qué me va a pasar?” Parecía un disco rallado.
Mientras tanto, intentaba controlar el volante de forma imposible. Recuerdo el alivió cuando el coche chocó por fin. La sacudida fue brusca, dura, pero todo había acabado y yo estaba entera.
Tuve mucha suerte. Apenas me pasó nada. El coche se llevó la peor parte y fue irrecuperable.
El caso es… ¿Cómo pueden unos segundos hacerse eternos?
Me lo pregunté muchas veces. Nunca había tenido una sensación tan fuerte de ese engaño o esa verdad a medias que representa el tiempo. ¿Y cómo puede ser a la inversa, que horas, días o años pasen en un vuelo?
Nuestro tiempo está incompleto. Los griegos, qué listos eran, tenían la respuesta, aunque la hemos olvidado. Existen Cronos, Kairós y Aión.
Cronos, el tiempo cronológico. Inexorable, concreto y limitado. El pasado, presente y futuro. El tictac del reloj. Nacemos, envejecemos y morimos.
Kairós, el tiempo de la oportunidad, de la inspiración. Un lapso indeterminado en el que algo importante sucede. Un accidente que lo cambia todo. Un enamoramiento repentino. Un alumbramiento. Una idea. La intuición cuando te dice que es el momento de hacer una llamada, tener una conversación importante o, todo lo contrario, no hacer nada y esperar.
Aión. El tiempo circular, donde todo lo que termina vuelve a empezar. Aión envuelve a Cronos. El curso escolar vuelve. Las estaciones y el día y la noche se suceden. Repetimos un patrón del pasado una y otra vez. Como las dos veces que un amigo mío tuvo un accidente de tráfico en el mismo lugar.
Cronos nos da la vida y nos la quita. Kairós es mágico, inestable e impredecible. Aparece y desaparece sin previo aviso. Aión, de primeras nos confunde, nos hace caer en un bucle. Podemos repetir una y otra vez algo que nos daña y no comprender por qué ha vuelto a pasar. ¿Te suena?
Cronos, Kairós y Aión se ocuparon de mi accidente. Hubo un tiempo de reloj. Internamente, Kairós estiró aquellos segundos como un chicle mientras yo tomaba conciencia de lo que estaba pasando.
No caí en Aión hasta más tarde. Los días que estuve dolorida por el latigazo cervical, además de dormir un montón de horas por los medicamentos, reflexioné. Me sentí fatal al recordar que, poco antes del golpe, había pensado: “Qué bien conduzco. Cómo se nota que me saqué el carné hace tiempo y que he hecho muchos kilómetros. Ya sé conducir bien. Qué guay”. Qué segura me sentía, qué confiada. Qué ingenua. Al volante no puedes bajar la guardia ni por un instante.
El ego nos saca del tiempo. Nos montamos una película y nos salimos de la realidad. Creemos que controlamos la situación. Entonces nos volvemos torpes. Cometemos errores.
Si no aprendemos la lección, esta vuelve a repetirse. Generalmente, con más dureza. Como si esa madre que es la vida nos dijera: De esta, seguro que aprendes. Aunque no te mole.
Si te pasa algo de esto, acuérdate de los griegos.
Si aun así, sigues tropezando con la misma piedra, acuérdate del coaching: Sesiones de coaching
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Un fuerte abrazo,
Livia