Hace años, estaba en un curso de Programación Neurolingüística (PNL).
La PNL, a lo mejor la conoces, es una de las disciplinas asociadas al coaching.
El caso es que estaba experimentando con un ejercicio de PNL que me encanta y que te enseña a manejarte mejor en situaciones difíciles. Lo trabajas cuando tienes una reacción que te perjudica y se repite a lo largo del tiempo haciéndote la vida más complicada e incómoda.
Por ejemplo, imagina que alguien se mete contigo y tú saltas a la defensiva diciendo lo primero que te viene a la cabeza y, entonces, eso tiene consecuencias negativas.
O bien te quedas bloqueada, te inhibes y luego te frustras por no haber sabido defenderte.
Mal asunto, ¿no? En cualquiera de los dos casos, puede que quieras reaccionar de otra manera, pero en el momento no te sientas capaz. Es como si tuviéramos un interruptor, alguien lo toca y, de forma automática, saltamos con un comportamiento impulsivo y que no nos beneficia. O eso parece.
Cuando terminé el ejercicio, me sentía incómoda, pero no sabía por qué. En la ronda de revisión, lo comenté. ¿Puede ser que todavía estén las cosas reordenándose dentro de mí y por eso me siento rara?
El profesor me hizo un par de preguntas para comprobar qué estaba pasando. La primera no fue relevante. La segunda fue distinta:
– Y tú, ¿le has dado las gracias a ese viejo comportamiento del que te quieres librar?
– Pues no. Es un comportamiento que no me gusta. No quiero que siga repitiéndose.
– Entonces es que eres gilipollas.
– Ehh? (Mi profesor no se andaba con rodeos).
– Vamos a ver. Tú tienes un comportamiento que te ha acompañado a lo largo de tu vida, muchos años. No está ahí porque sí. Está porque es útil. Otra cosa es que te guste. Pero tu comportamiento lo que busca no es gustarte, es protegerte. Y hasta ahora, lo ha hecho, porque aquí estás, sana y salva. Así que lo menos que puedes hacer es darle las gracias. Si no lo haces, es que eres gilipollas (repitió, para que quedara bien clarito). Es después de eso cuando puedes encontrar en tu interior otras formas de funcionar que te sean más útiles en este momento.
Mi profesor me hizo darle las gracias a aquello que parecía un resquicio de mí misma y que yo quería alejar por todos los medios. Por supuesto, debían ser unas gracias sinceras.
Los ojos se me llenaron de lágrimas. Me resultaban embarazosas, pero al mismo tiempo sentí el bálsamo de mi propio agradecimiento y una liberación difícil de expresar con palabras.
No solemos ser muy amables con las partes de nosotros que nos desagradan, ¿verdad?
Y ni de lejos pensamos que están ahí para ayudarnos. Pero así es.
Si quieres encontrar mejores formas de funcionar en situaciones complicadas y, de paso, tratarte un poco mejor, puedes conseguirlo de la mano del coaching y la PNL.
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Un abrazo,
Livia