

¿Desde dónde te comunicas? ¿Desde el instinto, la emoción o la razón? ¿Las tres van a una en tu comunicación o manda más una faceta que otra? Si es así, ¿cuál es el impacto de tu comunicación?
Esta semana hemos reflexionado con alumnos del módulo de Educación Ambiental de FP de Gobierno de Navarra sobre esta cuestión. El objetivo del encuentro era preparar a los alumnos para una comunicación empática que puedan aplicar en las prácticas que próximamente inician en espacios naturales. Impartí esta formación dentro de un ciclo compartido con Diego Chueca, de Inteligencia Colectiva y tuvo lugar en el marco de mis colaboraciones con La mar de gente Comunicación.
Una comunicación más compleja con la pandemia
En las actuales circunstancias, la atención al visitante se ha vuelto más compleja, ya que hay que informarle de la aplicación de la nueva normativa en estos espacios y, a menudo, supone un desafío, porque hay que informarle de ciertas limitaciones en sus posibilidades de disfrute y esparcimiento.
Al mismo tiempo y también por estas circunstancias, el habitante de estos espacios es más sensible al impacto de los visitantes. Por tanto, estos alumnos tienen que desarrollar sus habilidades para facilitar la comunicación con ambos perfiles, turistas y vecinos del lugar.
Estado interno y lenguaje verbal y no verbal
La comunicación es ese puente que construimos entre las personas y que requiere colaboración por ambas partes. Por ello, debemos cuidar nuestra actitud, que depende en gran medida de nuestro estado interno y de que razón-emoción-instinto funcionen alineadas.
Además, es importante usar un lenguaje verbal y no verbal que nos acerque en lugar de separarnos. Nuestro tono de voz, gestos, mirada, energía personal… tienen una magia particular. Debemos cuidar las palabras que utilizamos, puesto que tienen más poder del que pensamos. En este taller, reflexionamos sobre algunas de ellas. Por ejemplo, las construcciones: Hay que.., tener que.., etc. es preferible sustituirlas por una frase que incorpore un sujeto explícito, debe quedar claro quién impone una obligación determinada. Además, no conviene abusar de este tipo de construcciones gramaticales.
Es útil también reflexionar sobre nuestros “hay que”, esos que decimos de forma espontánea casi sin darnos cuenta y preguntarnos: ¿Quién lo dice? A menudo, somos ambiguos con nuestro lenguaje sin darnos cuenta de que nuestro comportamiento se asienta sobre él, sobre esas frases que se convierten en nuestras verdades. Un motivo más para ser cuidadosos con él.