El verano se nos escapa y aún no he terminado mi última lectura favorita. Será que quiero que me dure hasta el 21, por aquello de cerrar la estación bien acompañada.
Aprovecho para contarte que he vuelto al trabajo. Ya sabes, comunicación y coaching, sesiones individuales, formaciones y todo eso. Por si te interesa. Pero te cuento algo del verano y los libros.
Uno de mis pequeños grandes placeres veraniegos es leer alguna novela. Las escojo por impulso.
Hace tres años, buscando una lectura para un vuelo largo -ay, qué recuerdos, iba a Perú, pero esa es otra historia, que me despisto- en la papelería del aeropuerto me topé con la saga Dos amigas, de Elena Ferrante.
¿Sabes cuál es? Detrás de Elena Ferrante no sabemos si hay una mujer o un hombre. Es un pseudónimo. Yo no lo sabía. Me enteré entonces. Me gusta ese toque de misterio de los pseudónimos. Pero lo que me atrapó no fue eso.
Lo que me atrapó fueron los primeros párrafos, fue cómo estaba escrito. En mi opinión, muy bien escrito.
Cuando empecé la lectura en serio, si la novela me enamoró fue por la aguda descripción psicológica de la protagonista, por esa forma tan precisa y tan sintiente de contar lo que albergaba en su interior en cada momento. Casi parece que puedas tocar esas emociones con los dedos y, por supuesto, te resultan familiares.
Por ser un personaje complejo como somos las personas, con aristas, con capas, personas a las que parece que conoces y de repente en una página te sorprenden.
Y al mismo tiempo no te sorprenden, porque ese es el tejido del que estamos hechos los humanos. La saga tiene cuatro libros. A la vuelta de vacaciones leí el segundo.
No me voy a enrollar en detalles tontos. Dos amigas cayó temporalmente en el olvido hasta este verano.
Me acordé de que tenía cuentas pendientes con la saga. Al inicio de las vacaciones compré la tercera novela. La leí rápido, como con urgencia. Por primera vez, no acababa tan abruptamente como las anteriores que parecían empujarte irremediablemente a comprar el siguiente volumen. Y, sin embargo, pensé, de este verano la cuarta no pasa. Encargué el libro a mi librería, pero no pude recogerlo.
Estando con mis amigas, disfrutando las vacaciones, entramos en una papelería. Habíamos visto algo en el escaparate que nos había gustado y yo quería coger el periódico. Me giré a la derecha.
Estaba al fondo del pasillo, esperándome, mirándome desde la portada.
Se me aceleró el corazón. Lo digo en serio.
En ese momento en aquel sitio solo estábamos la novela y yo. Así lo sentí. Fue ese flechazo que no te esperas.
Fui infiel a mi librería y la compré. Comencé a leer con ansia de nuevo. ¿Conoces esa ansia infantil, cuando haces algo que de verdad te encanta y se te pasa el rato sin enterarte? Pues así.
El caso es que la protagonista del libro descubre, ama, sufre, reniega, a veces es un prodigio de coherencia, pero luego descubre que sólo es fachada y ni ella misma entiende el volcán que hay en su interior.
Proyecta seguridad y a la vez no puede dejar de compararse con su mejor amiga y creer a pies juntillas que la otra la supera en casi todo.
Rompe moldes en su familia, para después darse cuenta, dolorosamente, de que esos moldes siguen intactos en el fondo de su ser, percibe cómo le pesan y la persiguen.
Puede ser lo que esperas de un personaje de novela. En mi caso, desde luego. Y en realidad creo que es parecido a lo que nos pasa a los seres humanos.
Para mí, somos como una cebolla llena de capas.
Quitas una y otra y siempre hay otra y otra más, hasta que llegas al corazón. Y hasta el corazón tiene capas, más finas, más compactas, más pegadas, pero allí están.
No creo que la aventura de ser humana o humano tenga límites.
Creo más bien que la cebolla es infinita.
Quizás eso te desconcierte o te incomode. A mí me apasiona, despierta mi curiosidad como pocas cosas lo hacen. Y no por el contenido de cada capa, sino porque las personas me parecen de verdad océanos insondables, llenos de pecios que albergan tesoros esperando ser descubiertos y salir a la superficie. Entre doblón y doblón, claro, sale también alguna cosa no agradable, pero es como una limpieza, una liberación.
– ¿Tesoros? ¿Doblones? ¿Estás de broma?
– No, va en serio.
– Pero si hablas de dramas, sufrimientos, estragos emocionales, incoherencias…
– Sí, eso es parte del mundo que albergamos en nuestro interior. Hay mucho más.
No sé si te lo he contado o quizás lo sabes. Soy coach.
Creo en las personas. Lo digo de verdad. Lo digo no ya desde el corazón, que también. Lo digo desde las entrañas.
Y sé, como tú también sabes, que a veces sufrimos, que no nos entendemos, que puede que nos comparemos consciente o inconscientemente con otros o quizás que nos sintamos insuficientes.
O simplemente a veces percibimos algo dentro de nosotros que nos pesa o nos bloquea y se nos lleva al fondo de una forma aparentemente inexplicable.
Porque nadie nos ha enseñado a ser seres humanos.
Porque nos miramos en los espejos de otros, pero eso no es suficiente para comprendernos.
Porque la vida nos golpea fuerte.
Porque a veces querríamos gritar y no podemos.
Porque los problemas emergen de repente y, hablando en plata, nos pillan en bragas. O sin ellas.
Vamos, que esto de vivir no es nada fácil, no es apretar un botón y todo va como la seda. Oye, que a lo mejor hasta va como la seda y, de repente, un día, ¡PLAS! Se acabó la seda de repente.
Si algo de esto te pasa, quiero decirte o recordarte que me dedico al coaching y a acompañar a personas para que se sientan mejor y le saquen a la vida todo el jugo.
Aquí te resuelvo algunas dudas que es posible que tengas y te cuento cómo trabajo:
Podemos hablar sin compromiso y luego decides si quieres probar. Contacta conmigo:
Y, mientras tanto y como aún queda algo de verano, acabaré la novela.
El cuarto volumen se llama La niña perdida. Me falta un poco para llegar a la mitad.
Ya te contaré.
Solo si quieres.
Si quieres recibir esta newsletter en tu correo, puedes suscribirte aquí.
Un abrazo,
Livia